Capitulo 1 La salida Bucarest, Rumania 16 de diciembre de 1983, 04.30 a.m. I. Un frío terrible reinaba en la ciudad... creo que eran 20 grados Celsius bajo cero. Todo ese mes hizo frío. Se anunciaba otro día de invierno, sin sol, humedecido por las lagrimas de adiós de los familiares amigos y amores... que triste día para poner fin a una historia familiar de más de 200 años, en este país, por un lado fantástico, pero un lugar de grandes contrastes, dolor y tragedias. Los recuerdos me vienen como una avalancha y es difícil saber por donde empezar... con qué detalle, con qué personaje o con qué historia... La verdad de la cual no nos podemos esconder es que en este día terminamos nuestra vida en Rumania. La vida que conocíamos. Dejamos atrás todas las historias, todos los momentos bellos, felices, toda la angustia, el miedo, el terror, todas las amistades y los enemigos, colegas, amigos, amores, profesores, gente a quien hemos apreciado y que nos apreciaba. Atrás están enemigos y la gente odiada. Hemos dejado todo y a todos. Atrás queda el gobierno comunista de Ceausescu que se encargó también de que hayamos dejado todo lo acumulado de varias generaciones... cada uno sale con una sola maleta. Mi padre dirigió una carta a la Alcaldía de Moinesti, pidiendo, que, por favor, reciba como un regalo nuestro apartamento, porque de otra manera, hubiéramos tenido que esperar otros dos años para obtener el pasaporte. Así que hizo una donación a la nación. ¿Qué se puede poner en una maleta? ¿La vida de uno entra en una maleta? Muchas cosas inmateriales quedan en la mente y en el corazón. Pero uno está ligado a cosas materiales. Todo queda atrás. De todas sus queridas cosas, Mi madre salió sólo con su anillo de matrimonio. Mi padre igual. Yo con mi diploma de ingeniero mecánico y la libreta de oficial de reserva. Moisés dejó todo: la casa, sus libros, su trabajo, amigos de 40 años, sus diplomas, sus miedos, sus temores a la Seguridad y a la Policía Política rumana, sus grandes logros y sus humillaciones... El pasaporte es nuevo, impecable, de color azul marino, con olor a papel fresco. Es para los ciudadanos rumanos que se mudan al exterior. Es "válido para todos los países". Una paradoja. Una visa rumana de salida expedida por el Ministerio de Asuntos Interiores, válida por tres meses. Otra visa de la Embajada de Israel en Bucharest, escrita en hebreo y francés, válida por un año. One way ticket. En realidad una sola visa, válida sólo para un viaje. Para un sólo destino. Sólo para este día. Solo para este vuelo: Tarom 1919M, con destino a Tel Aviv-Jaffo. A una nueva vida. Es como una fuerza sobrenatural que te desenterró de donde estaba. Una inmensa mano te toma y te da un pedazo de papel en donde está escrito un nuevo destino para tu vida. Sin comentarios. Sin aviso y sin protestas. La inmensa mano te saca de la tierra rumana, te pasea por campos, montañas, ríos y mares, y te pone gentilmente en una nueva tierra. Sin pensar en el trauma del destierro. 200 años de vida en Rumania. Los padres de los padres de mi padre llegaron de la frontera entre Polonia y Alemania. Eran comerciantes. Los padres de los padres de mi madre llegaron desde Rusia. Eran rabinos, hombres de cultura y comerciantes. Los dos ramales se encontraron en Moinesti, en 1948. el año de la nacionalización de toda la economía rumana y tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. El pleno auge del comunismo y época del terror estalinista. Época todavía llena de esperanza y de ideales. Dejamos atrás todo lo material, ya que el estado comunista lo requisó. Lo material se quedaría pero no las almas, los recuerdos, la experiencia, la mente, el corazón y nuestro espíritu de libertad, porque todavía no han inventado el aparato para destruir nuestra identidad. Así que lo espiritual lo llevamos con nosotros. No se puede extraer como una muela. Quedó grabada en todas nuestras células. Lo material, por más que lo pierdes, siempre lo podrás reponer... lo espiritual nunca... fue casi nuestra única carga al abandonar de Rumania... Solamente alguien que pasó por lo mismo puede entenderlo en toda su extensión... Sabes que nunca va a regresar, regresar en la misma posición social de ciudadano... regresar como turista, ya tiene otra óptica, otros sentimientos, conexiones y relaciones con la tierra y con la gente... nunca será igual. Pero escogimos este camino y es por donde debemos andar. ¡Ánimo! Adelante! II. El dolor de la salida y la emoción de la nueva vida que esta adelante eran demasiados grandes. Fueron el centro de nuestros pensamientos por días y días. Los sujetos de todas nuestras discusiones. El punto focal del sistema nervioso . Mis padres se quedaron en la ciudad dos semanas. Todos estábamos cansados del agite de los últimos días. Cada noche no acostábamos tarde. Hablando, recordando el pasado con amigos y familiares. Sobretodo hablando del futuro. Nos levantábamos con dificultad, dejando las calientes camas por el frío de afuera. La ultima noche en Rumania. Sueño lleno de recuerdos, tinieblas, angustia y pregunta acerca del nuevo lugar en que estaremos un pocas horas. No tenemos mucho equipaje, solo 3 maletas. Ayer nos hemos despedido de todos los familiares y amigos que quedaban en Bucarest. Algo doloroso. Partir c´ést morir un peu! Dice el refrán francés. Desde el Hotel Continental, en el centro de la ciudad, hasta el aeropuerto son unos 40 kilómetros, en uno de los más bellos recorridos de Bucharest. Enciendo el motor del carro, que estaba en el estacionamiento subterráneo del hotel. Esto ahorró mucho trabajo. En el frío y la nieve de afuera, me podía tomar una media hora. Cargo las maletas. Salimos. Derecha, izquierda, izquierda, derecha. Manejando por las calles desiertas a esta hora, llego a la Avenida Magheru, el principal corredor vial y la Carretera Nacional numero uno, él kilómetro cero de donde se miden todas las distancias en Rumania. De aquí casi derecho al aeropuerto. No hay gente en la calle. Solo los trolebuses vacíos de la línea 33. Casi no hablamos, cada uno sumergido en sus pensamientos. Miramos por última vez la capital. La avenida está bien iluminada. Las fachadas de los edificios y las calles iluminadas en el color amarillo de las lámparas de argón de los altos postes, da una imagen irreal. ¡Todo es irreal! No hemos salido aún de Rumania y pensamos: ¿cuándo regresaremos de nuevo? Una sucesión de largos bulevares flaqueados de grandes edificios construidos en los últimos 50 años. Institutos, apartamentos, tiendas y restaurantes. Esquina con Calle Cosmonautilor…Plaza Amzei… Hotel Amabasador… Hotel Lido… Ministerio de Turismo y la Oficina Nacional de Turismo Carpati… Sala Dalles, recién alargada con la Fundación Ion Dulles construida en 1930 y la incorporación de las galerías de artes Simeza y Orizont … Los grandes cines Patria y Scala...el teatro Notarra…El Bulevar Magheru se termina en plaza Romana. El imponente edificio de la Academia de Ciencias Económicas. Aquí empieza el Bulevar Ana Ipatescu. En el centro jardineras para flores (en el verano) y de los lados árboles traídos desde India, pero ahorra en invierno, solo los esqueletos de los mismos.… Del lado Oeste esta el Museo de Astronomía y el Museo Henri Cuanda, dedicado al famoso ingeniero rumano que invento el avión a reacción. Calea Victoriei y Plaza Victoriei… una apertura en el paisaje, dejando verse al cielo. Pasamos por el frente del Palacio del Consejo de Ministros, monumental edificio al estilo moderno neoclásico, construido en 1936 por el arquitecto Diuliu Marcu, cual fachada de piedra estaba inundada en incandescentes luces blancas. Del lado izquierdo esta el Museo de Historia Natural Grigore Antipa, en un edificio neo romano, construido en 1906 por Stefanesco y uno de los primeros museos de ciencias naturales del mundo. Al lado esta otro grande museo, la del Historia del Partido Comunista. La iluminación y el contraste de los colores, sobre el fondo negro de la noche, con reflejos en la nieve blanca, arboles oscuros y viento, crea una extraña sensación de miedo y soledad. La luna redonda y amarilla como un faro de bicicleta que estaba en el firmamento, completa este cuadro. Sigo hacia derecha por la Bulevar de los Aviadores y Calle Kisseleff, con su monumento al estilo de art deco, dedicado a los Héroes del Aire. A la izquierda por el Arco de Triunfo construido provisional en 1922 en madera y estuco y reconstruido en cemento armado en 1936, una copia más pequeña del mismo arco de piedra de París, pero con esculturas de los mas grandes artistas rumanos: Jalea, Medrea, Storck, Paciurea, Spate, Baraschi…Entramos en la recta de El Museo Campesino y al final el imponente edificio de la Casa Scintei, La Casa de la Estrella, por su estrella roja, símbolo ruso, siempre alumbrada en su más alta torre. Semejante al ojo del maestro que siempre vigila al alumno. Un regalo de los soviéticos, el único regalo, de los años 50 y construido en piedra blanca y mármol, según los planos de la Academia Lomonosov. En el frente, la imponente estatua de Lenin, obra del escultor Caragea, nos hace con la mano y nos dice adiós. El Parque Herastrau con su bello lago, árboles y calles. Ahora seco, sin hojas y desierto. Nos dirigimos al Norte sobre la Calle Baneasa. La zona industrial de Baneasa. El Aeropuerto Nacional Baneasa Bucarest. Rumania fue el primer país europeo que tuvo pioneros aéreos del vuelo con motor de la talla de Vlaicu y Vuia, al principio de siglo XX. Después sólo quedó la autopista que corta el bosque Baneasa hacia el Norte.
El Aeropuerto Internacional de Otopeni, está situado en la carretera que une la ciudad con la "capital petrolera rumana" Ploiesti. La autopista sigue a Brasov y Cluj. Cruzo a la derecha, salgo de la vía y entro hacia el aeropuerto que se encuentra en todo el frente. Es una construcción moderna, terminada en los años 70 con la ocasión de la visita del Presidente Nixon. Construido especialmente para acomodar el aterrizaje de su Boeing Air Force 001. Tiene dos pistas principales, la 9-27L y la 9-27R, cada una de 3.700 metros de largo y una pista de servicio 3-21. El edificio principal en cemento de obra limpia tiene dos plantas, un pequeño restaurante, las oficinas ejecutivas de la línea aérea nacional Tarom y varias oficinas de la Seguridad (policía política rumana), de la milicia y del ejercito. En la entrada hay máquinas de detección de armas y explosivos, los Balteau, manejadas por los suboficiales de la Milicia. El segundo piso es la planta principal.
Dejo a mis padres en la entrada y me dirijo al estacionamiento. Mi carro es un Dacia 1300, un producto nacional, hecho bajo licencia de Renault y el carro más popular de Rumania. Más del 90% de los automóviles de Rumania son Dacia. Lo vendí a mi amigo Daniel. Más bien fue una donación que una venta. Vendido a una módica suma. Me lo dejó usar hasta el último día. Tantos años y tantas veces que estacione mi carro en este lugar, tantos encuentros y tantas despedidas... Ahora estaba casi vacío. Sin almas. Miré alrededor, como echando un último vistazo. Estaba oscuro. Sólo las luces de las torres del estacionamiento. Un día que se levantó con frío, tristeza y dolor. Puse las llaves debajo de la alfombra. Daniel tenía un duplicado. Cerré el carro. Mire atrás por última vez y me fui.
Pasé por la entrada, por los Balteau cuyos operadores me conocían de años, los saludé y ellos me preguntaron qué hacía tan temprano. ¿"Esperas algún grupo de turistas Hedi?. No hay llegadas hoy, tan temprano. Volteando su mirada hacia la hoja de papel, pegada el aparato, con la llegada y salidas de los vuelos del día. " No, hoy es algo personal", les respondí. Me dejaron pasar como a uno de ellos. Subí y me reuní con mis padres. Mi madre lloraba, mi padre estaba triste, pero con un aire de felicidad y por primera vez en muchos años, con un orgullo, que sentía oprimido desde hace mucho tiempo. Dejaba atrás 45 años de humillaciones y miedo. Él sí estaba feliz de estar en la entrada del sueño de cada judío: el de emigrar a Israel y reunirse con la familia, dejar atrás miedos y humillaciones y encontrar su Patria y ser ciudadano de primera clase. Fue la última vez que lo vi tan sereno. ¡Sus azules ojos estaban llenos con muchas ilusiones!
La sala de espera empezó a llenarse. Azafatas, pilotos, guardias, inclusive los oficiales de seguridad pasaban y me saludaban. La misma gente de siempre. En Rumania no hay mucha rotación de personal en los puestos de trabajo, así que la gente se conoce a todo el mundo. Les devolvía el saludo, esta vez, con algo de tristeza y con largas miradas, sabiendo que sería por última vez. La mayoría me conoce. Desde 1977, por más de cinco años, trabajé como guía turístico internacional de la ONT, Oficina Nacional de Turismo. Recibiendo, guindo, cuidando y regresando grupos de turistas extranjeros. Viajando semanas y semanas por el territorio rumano. Era muy curioso para ellos verme allá, sin mi distintivo de guía turístico autorizado. Sin él agite inherente de la llegada de turistas. Sin choferes, asistentes y ayudantes. Sentado, tranquilo, esperando que anunciaran el vuelo de Tel Aviv. El único que salía ese día tan temprano. La niebla se levanta de los campos de Otopeni. Humedad, frío, varios parches de nieve. El asfalto de las pistas cambia del color negro al gris oscuro. III. 06.00 a.m. En el restaurante les compro café a mis padres. Es negro y fuerte. Los otros que esperaban eran turistas israelíes de regreso y varios rumanos de ida a Israel. Pocos familiares que acompañan a los que se van. Muchos estudiantes israelíes que cursaban en las Universidades rumanas, y se iban de regreso a Israel, en vacaciones de invierno. La mayoría, estudiantes de medicina, derecho e ingeniería. No veía a otros emigrantes. Por fin anuncian el embarque del vuelo 1919M. (Sólo en rumano, no hay necesidad de otro idioma, cuando el 99.99% de los pasajeros hablan rumano: emigrantes, trabajadores y turistas). El vuelo se origina en Bucharest, así que no hay retorno. Sólo salida. Hago la cola del chequeo de los pasaportes... Parece que se corrió la voz de nuestra partida, llegan más personas a despedirse de mí... gente con la que compartí el espacio del Aeropuerto por tantos años. Noches y días. Esperando turistas, dejando turistas, resolviendo problemas, arreglando una estadía confortable en Rumania. Siento sus emociones y algo de envidia, por irme de este "paraíso comunista" de Ceausescu. Ellos que estaban tan cerca de la salida del infierno y a un paso de la libertad, no podían irse. Guías colegas de guardia, aeromozas, pilotos, operadores, choferes, oficiales de la Milicia. Todos ellos se encontraban con las manos atadas. Chequeamos las maletas y cambian los boletos por pases de abordaje. Última vista de este lado... veo por primera vez como un sol tímido se levanta detrás de la pared del Instituto Geriátrico A. Aslan, desde el oeste. Un edificio de cemento gris, de tres pisos, que albergaba el hotel de 5 estrellas donde se hospedaban los pacientes de los tratamientos geriátricos con los famosos productos de la Doctora Aslan. Todo tiene ahora una luz más humana. ¡El sol humaniza! ¡Da calor! Volteo la cara al oficial que chequea los pasaportes y la salida, un teniente coronel de las tropas de Seguridad, que nos ve con ojos aburridos y candados. Él ve muchas personas como nosotros... para él somos sólo una estadística. Su mirada es casi mecánica cuando mira nuestros rostros, los compara con las de los pasaportes y los entrega de vuelta. Se parece a un oficial alemán chequeando una carga de prisioneros judíos, en alguna rampa de trenes en Polonia de la Segunda Guerra. El sello que aplica a los pasaportes dice: "R.S.R., Ministerio de Interiores, Visa número 566.011, válida para salida de la República Socialista Rumana, hasta 16.12.1983, para establecer el domicilio en Israel". Punto de frontera: Otopeni". Nos devuelve los pasaportes y pasamos a la sala de espera del terminal de salida. Aquí ya hay otra atmósfera, más cálida, la gente ya pasa de la tensión a la calma. Estamos de verdad a un paso de salir del "paraíso rumano-comunista" y llegar al "infierno del capitalismo". El avión es Tupolev Tu134, de tres turbinas, pintado en los colores de Tarom, azul marino y blanco. El Tu 134 es una copia del Boeing 727-100. Una copia rusa, por supuesto. Para rutas cortas y medianas. Me pego a la ventana y reconozco al personal de tierra. Están dando los últimos toques y cerrando las compuertas de servicio. El personal de tierra de Tarom nos dirigía hacia la salida. Bajamos la escalera y de nuevo chocamos con el frío que dejamos unos minutos atrás. Pero nadie lo siente. Queremos dejar este lugar, subir al avión y olvidarnos por dos horas y media de todo. Pero estas dos horas y media serán como condensadas en el pensamiento de los últimos segundo de alguien que muere, sabe que va morir y recapitula toda su vida frente a sus ojos. En estos momentos es cuando naces de nuevo. Empieza una nueva vida... Caminamos desde la salida de la aerostación hasta la escalera del avión. El frío es horrible. Hay viento. El mismo viento que sentimos cuando salimos del hotel. Las escaleras del avión están llenas de hielo. Abajo otro chequeo de los pases de abordaje por parte del personal de tierra de Tarom. Del otro lado de la escalera un suboficial de las tropas de Securitate, con su AK47 en bandolera, supervisa que todo el proceso transcurra con normalidad y vigilando para que no haya polizontes. No tiene guantes y sopla su cálida respiración hacia los manos. Subimos y entramos. Mis padres adelante. Aún hoy recuerdo los números de puesto: 13 A, B y C. Mi padre a la ventana, mi madre en medio, y yo al lado del pasillo. Fácil de recordar: 13 de agosto... mi cumpleaños. ¡Este numero me ha perseguido y siempre con suerte!.
El avión está lleno. Los anuncios rutinarios de cómo abrochar el cinturón de seguridad, de las salidas de emergencias, de no fumar, de las sillas y del itinerario. Tantas veces que los dije, pero sonaban diferente estando de pasajero. La supervisora, Ángela Dumitru, cierra la puerta principal. Siento una baja en la iluminación de la cabina: el grupo generador que estaba alimentando el avión de energía eléctrica se desacopló. La electricidad está suplida por el UPS interno. La aeronave esta lista para encender motores, tomar posición y despegar. 07.30 a.m. El capitán Mircea Rosu, asistido por su copiloto y el mecánico de vuelo empiezan la secuencia de encendido de los motores: derecha, izquierda, centro. La cabina se llena de ruido y vibraciones. La puerta de la cabina de mando esta abierta. El telegrafista se comunica con la torre de control para la autorización de taxeo, el último chequeo de la velocidad del viento y de la presión atmosférica. El avión rueda lentamente hacia la pista 27L. Miro alrededor y veo por primera vez los pasillos del avión: casi llenos de pasajeros. Hay mucho silencio.
La cabecera de la pista está cerca. Por las ventanas veo sólo el cemento gris, el asfalto de las pistas de rodaje y parches de nieve sucia. El edificio del aeropuerto se encuentra a nuestra derecha, la pista a la izquierda. Estamos en cabecera de la 27L. Las aeromozas terminaron el show de los cinturones, mascara de oxígeno, salida de emergencia y los chalecos salvavidas... están arreglando sus "juguetes" y se sientan en sus sillas. "Tripulación de cabina favor sus asientos. Interruptores en automático" se oye el anuncio del copiloto, marcando al inminente comienzo del taxeo. Reviso en silencio el avión, es cuando mi interno siente que hay personas a bordo que aún no pueden asimilar el hecho de estar tan cerca de su libertad hacia Tel Aviv. Cada uno esta inmerso en sus pensamientos. Las luces principales se apagan, quedando solo las de servicio... señal del último chequeo de equipos y de que el capitán Rosu recibió el ok. de despegue. Siento la adrenalina subiendo, como en cada despegue que hacía: al mando o como pasajero. Las vibraciones de las turbinas del Tupolev se sienten más fuertes... están en 103%, a su máxima fuerza. Empieza el rodaje para el despegue. Es como una película. Veo todas las etapas de mi vida en Rumania. Dejo atrás una vida y despego hacia algo desconocido y nuevo. ¿Cómo será mi vida desde ahora?... siento como el piloto suelta los frenos y el avión salta hacia adelante bajo el impulso de las turbinas. Aceleramos. Llegamos a la velocidad de rotación y despegamos con suavidad. Veo las tan conocidas pistas desapareciendo con velocidad, bajo al ángulo del despegue. El edificio del aeropuerto desaparece con velocidad.
En tierra se ve el emplazamiento de los cañones y baterías antiaéreas del ejercito rumano. Están en este campo desde 1940. Desde la Segunda Guerra Mundial. En los campos de Otopeni y Baneasa había una escuadra de bombarderos alemanes Stuka, Heinkel y Messershmit. Los rumanos y los alemanes, entonces aliados, pusieron una formidable defensa aérea con ametralladoras y cañones AA. Dispararon en 1943 y 1944 contra los B-17 de los Aliados que llegaron de Italia y estaban en ruta para atacar las refinerías de Ploiesti. Después, en la insurrección del 23 de agosto de 1944, los soldados rumanos, con los mismos cañones, dispararon en contra los Stuka nazis que atacaron Bucharest. El mismo emplazamiento, pero con nuevos equipos y otros soldados. Ahora sólo disparan las 21 salvas de honor cuando viene algún mandatario extranjero importante. Los detalles se pierden con la toma de altura y todo se mezcla con el color negro de la tierra arada y la nieve. El nivel está bajo y a los 1.500 pies ya estamos en las nubes. Una luz irreal inunda la cabina. Mi mente se pregunta: ¿Dónde estamos, de donde venimos y a donde vamos?. De tanto cansancio, dolor, tristeza y melancolía finalmente me dormí.
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